El día en que el alumno fue profesor

Sucede de vez en cuando. No muy seguido. Pero hoy aconteció. Son esos momentos que quedarán grabados a fuego en el corazón.
Todo partió el lunes cuando Javier vino a verme. Tenía la excusa perfecta para iniciar la conversación. Así que hablamos. Pronto salió a flote la real intención de su visita, la que lo tenía preocupado, triste y un poco desanimado: necesitaba desahogarse, expresar sus sentimientos, ser escuchado. En el fondo, tal vez sin saberlo, Javier necesitaba sentirse querido. ¡Cuántos jóvenes caminan por ahí sin saber que alguien los ama! Fue una conversación honesta y abierta, como es la juventud. Este joven quería compartir no sólo conmigo sus sentimientos; quería hacerlo con sus compañeros de curso. Con aquellos a quienes quiere y que, durante años, lo han visto crecer y desarrollarse; pasando de un tímido pabilo que humea a una pequeña llama que quiere transformarse en fuego abrasador.
Acordamos en que presentaría al curso su tema: "El amor". Y lo hizo hoy.
El sólo recordarlo hace que la emoción suba a través de mi garganta hasta llegar a mis ojos. ¡Quién dice que la juventud está perdida! No, señores. Javier lo demostró hoy. Nos emocionó su humildad. Sus palabras, llenas del fuego de la sencillez, quemaron nuestra coraza de insensibilidad y egoísmo. Sus argumentos, rebosantes de la lógica de quien se entrega por entero a la amistad, tocaron nuestra fibra más íntima.
Agradezco a Dios por lo vivido. Porque fuimos testigos del día en que el alumno se convitió en nuestro profesor.
¡Gracias Javier!